ramón y zenobia
Por el mundo se extendía una red de hilos invisibles que unían un alma con otra; hilos más fuertes que los de la vida, hilos más fuertes que los de la muerte.
(de, la señora maría grubbe, jens peter jacobsen)
Por el mundo se extendía una red de hilos invisibles que unían un alma con otra; hilos más fuertes que los de la vida, hilos más fuertes que los de la muerte.
(de, la señora maría grubbe, jens peter jacobsen)
Embobado. Aquella mañana, como cada mañana la esperaba a los pies del terraplén, puntual, a las nueve menos trece. Embobado , ah, esto ya lo dije. Con los ojos en vidrio de tanto rascármelos para quitar las legañas y húmedos y verdes por ella. Centímetros más abajo había más humedad, esa noche como tantas estuvo arañando mis intimidades en sueños... ...y, caramba, apareció con su larga melena rojiza medio descolocada, medio colocada, y aún abotonándose el babi. Venga, zenobia, que llegamos tarde! Yo tan puntual, ella tan desastre. Ay, ramón, no me metas la prisa en las piernas. Le vas a poner tú la mano a doña brígida para que te la golpee. No, se la pondrás tú que para eso eres el hombre. El hombre, decía zenobia, un cuarto de hombre que ella aún retaba más.
Cuarenta y cuatro años. Cuarenta y cuatro pasaron desde que ramón
dejaba los ojos al alba en las formas de zenobia, delgada y
escurridiza, aún así, ya se le intuía a los once años que
tendría un buen chasis y sería abundante donde ha de serlo una
mujer. Las casas de sus familias, medio enfrentadas, se encontraban
a pocos metros y bajaban juntos los prados y veredas hasta llegar
a la carretera, a la escuela mixta que acogía a todos los niños en
una misma clase, de los seis a los catorce años. Era época de
dictadura y la bandera española ondeaba al ritmo del tiempo en el
corredor balaustrado. Y la vara cimbrada ondeaba en las manos de doña
brígida al ritmo del humor de cada día, que, de costumbre, era
agrio. Aunque a veces dejaba asomar su sonrisa y ternura. Años más
tarde la ingresarían en un hospital psiquiátrico. Ella sólo fue
una víctima~verdugo más de aquellos tiempos opacos.
Me sentaba dos pupitres más atrás de la reina, y qué bien le
hubiera ido a mis calificaciones que fuera dos pupitres más
adelante. No podía, no quería, no sé... Mis pupilas sólo
estaban con gusto en su espalda y donde ésta pierde su erótico nombre. Si se
levantaba, si se agachaba. Si carraspeaba. Si se acicalaba para salir
al encerado y decir los deberes. Qué lista y coqueta era. Si miraba
a teresa, su compañera de pupitre, yo acariciaba su perfil con la
imaginación... ...y, de repente, casi sin darme cuenta, mi padre
me arrancó de su lado para reunirnos con mi madre al otro lado del
charco. Sí, mi madre también era y es de armas tomar, la que
siempre llevó las riendas, igual que la pelirroja. No he vuelto a
saber nada de ella por ella, mis tías y mis tíos, que aún viven en
españa, a veces me cuentan lo que aún me duele que me cuenten...
...me dicen que sigue siendo la misma zagala rebelde. Que nunca se
casó, ni quiere. Ni maridos, ni hijos. Y aquí estoy yo,
añorándola aún, y casado con una mujer bella a la que no amo. Qué vida perra. Mi
hermosa mujer me parió dos hijas hermosas. No quieres mujer, toma
tres. Y, qué hago yo con este trío? No las voy a meter en tres
botijas y taparlas con un pez.1
Estos dilemas se trae don ramón, mientras señorita zenobia, se mira
y remira en el espejo y se dice qué sola estoy y qué ovariuda2 soy.
1._Un guiño al cuento popular de nunca acabar: las metió en tres botijas y las tapó con un pez.
2._Ovariuda: un hombre estupendo y rotundo es un hombre cojonudo, por lo tanto una mujer rotunda
y estupenda es una mujer ovariuda, que sepamos las mujeres tenemos ovarios, no cojones.
2._Ovariuda: un hombre estupendo y rotundo es un hombre cojonudo, por lo tanto una mujer rotunda
y estupenda es una mujer ovariuda, que sepamos las mujeres tenemos ovarios, no cojones.
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